Andar como el anduvo
En 1ra de Juan 2:6 encontramos este versículo que debería
ser la guía de cualquier creyente, especialmente de aquellos que en su vida
buscan obedecer a aquel que se entregó por nuestros pecados. Juan nos dice: “el
que dice que permanece en él, debe andar como el anduvo”.
Es deber imperioso de cada creyente estudiar la Palabra de
Dios y estudiar la vida de Cristo en detalle; analizar su cosmovisión, sus
intereses, sus respuestas, su actitud frente a los pecadores, etc. Pero hay un
aspecto de su vida que nos debería llamar poderosamente la atención: Cristo,
siendo Dios mismo, invirtió mucho tiempo en oración a su Padre celestial. Vemos
en la Biblia que después de un día agotador de ministerio él se apartó a orar
toda la noche. Vemos que antes que el sol saliera él ya estaba orando, buscando
el rostro de Dios.
La pregunta que cabe es: si Cristo siendo Dios, conociendo de
antemano la voluntad de Dios para su vida, sabiendo todas las cosas ¿Por qué
oraba al Padre?
Edward Bounds nos dice en uno de sus libros sobre oración:
“el Señor Jesucristo estuvo siempre ocupado en sus múltiples tareas y en las
demandas de la gente, pero nunca estuvo demasiado ocupado como para no dedicar
largas horas a la oración. Él llenaba sus días con la obra que su Padre le
había encomendado, mientras que empleaba sus noches para orar a Dios. La
fatigosa y extensa labor del día hacía que la noche de oración fuera
imprescindible: la noche llena de
oración hacía que el día de labor fuera victorioso”.
Cristo nunca vio la oración como a veces la vemos en nuestra
vida: una obligación, como un ritual supersticioso que intenta cambiar la
voluntad de Dios o doblegar su voluntad a la nuestra. Cristo vio la oración
como la clave, la fuente de un ministerio victorioso. En Cristo había la
necesidad de comunicar al Padre los eventos del día y buscar en Él la fuerza
para continuar el ministerio.
Es vital que veamos en nuestra vida la necesidad que tenemos
de hablar con Dios. Después de un día de ministerio, de frustraciones, de
victorias, de penas y desafíos necesitamos hablar con aquel que nos puede
entender, animar a seguir y consolar en los momentos difíciles. Y antes de
empezar un día de desafíos ministeriales, laborales y familiares sabemos que
podemos ir delante del Padre celestial que desea revelar su voluntad a nuestras
vidas.
Por razones de mi trabajo secular he tenido la oportunidad
de conocer la labor de los trabajadores sociales quienes buscan ayudar a la
comunidad en sus diferentes necesidades, incluso muchas veces solo escuchando a
la gente en sus dificultades. Al estar tan sumergidos en la comunidad muchas
veces llegan a ver el lado más oscuro de la sociedad, sus problemas más
terribles y sus vicios más decadentes. Entre estos profesionales existe la costumbre
que, después de cada visita que hacen a algún hogar, deben conversar en forma
confidencial con alguien sobre lo sucedido, no como chisme, sino para poder, en
palabras de ellos, liberarse de la carga que significa trabajar con los
problemas de otros. ¡Cuánto más el pastor, líder de jóvenes, el encargado de
ministerio, la hermana que visita deben ir al Señor de los cielos y entregar a
sus pies el peso de la obra!
Por supuesto que la oración no se limita a esto solamente,
pero en si ya es una poderosa razón para continuar con más animo en el hábito
de orar a nuestro Dios. No dejemos que el peso del ministerio nos aplaste,
vayamos continuamente en oración delante de aquel que puede y quiere llevar
nuestras cargas.
Edward Bounds dijo: “…estar demasiado ocupado para orar da
lugar al caos del cristianismo”
por Andrés Huenulaf
Iglesia bíblica bautista de Lo Valledor, Santiago
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